Realmente estaba acompañada de sus ocho amigos, más seis que iban a paso rápido, ya por la esquina.
Pero él no. A sus espaldas, en sentido contrario, caminaba pesadamente. Llevaba la mochila colgando del hombro derecho, y tenía las manos en los bolsillos. “Hace frío, debe tener la punta de los dedos helados” pensó Carolina. Sus manos lo estaban, pero dolía más la ausencia del calor, que el verdadero frío.
Caminó dos cuadras más, y volvió a darse la vuelta. Peor aún, ni siquiera lo divisaba en la lejanía. Volvió a sentir dolor, y otra vez no volvió a ser del frío. Disimuló la punzada en el costado del corazón, con una sonrisa, cuando le preguntaron si se sentía bien. Esa sonrisa falsa que solía poner cuando no quería que sepan cúan vacía estaba. “Ingenuidad” fue la primera palabra que se le apareció en la cabeza a Carolina. Nadie de sus amigos había experimentado amor. Habían optado por eso que suelen llamar “amor” esa mentira tan grande que les venden, y que en su ignorancia en soledad, aceptan. Aunque lo explicara, nadie entendería ese rasguño, esa quemadura interna, aquella cicatriz sin curar. Ninguno sabía lo que quería, preferían la monotonía que atreverse a luchar, sus “te amo” habían perdido el valor, y su forma de amar también se había perdido. Sola, tan sola se sentía. ¿Qué había de malo en ella? ¿Era ella o el mundo el que estaba equivocado?
La única persona que la comprendía, caminaba en la dirección contraria, para alejarse de la indignidad. Indignidad que la persona que más amaba haya enjaulado sus pensamientos, los cuáles lo habían conquistado, y se hubiera rendido. Odiaba con todo su ser aquella sensación, que ella esté allí, incomprendida, siendo devorada por la multitud.
“Lo peor que nos ha hecho la humanidad, es hacernos sentir culpables por no encajar en una sociedad enferma” gritó él. Ella se dio vuelta y se limitó a sonreir. “Quiero que vuelvas a mi casa en este momento. Quiero ponerme mis pantuflas de conejo, y nos dispongamos toda esta tarde a tomar café y leer poesía. Y cuando nos aburramos, voy a dejar que cuentes la galaxia de lunares que tengo en mi piel. Te lo permito, solo por que vales la pena en este mundo.”
Carolina tomó su mano, y en silencio caminaron. “La manera en que el calor de mis dedos te extrañaba, ni te lo imaginas”.
By Micaela.