De alguna manera yo creía que si las cosas no sucedían desde el principio, si no había un flechazo devastador e incluso instantáneo, nada se cimentaba, y los coqueteos se quedaban en una especie de limbo que no conducía ni al cielo ni al infierno. Y además yo entonces me contentaba con sentirme enamorada por el placer de estarlo, sin exigir reciprocidad.